jueves, 15 de mayo de 2008

Apunte Nº9 – La idea de ciudad en la Edad Media

Aparece en la Alta Edad Media el fenómeno de la “ciudad retraída”, la ciudad que se contrae, a veces por medio de varias fases sucesivas, en caparazones cada vez más interiores, hacia su propio centro original, según la progresiva curva de fuga o de reducción de la población.
La identificación de la las invasiones “bárbaras” con un catastrófico desastre natural es viva y repetida.
No hay duda de que la interpretación latino-romántica de los “bárbaros”, facilitada por la ausencia de arquitectura y de asentamientos estables, es hoy antropológicamente insostenible; sus culturas estaban ampliamente articuladas sobre formas políticas evolucionadas, complejos códigos de comportamiento y sistemas religiosos.
La iconografía de las ciudades medievales mas antiguas muestra núcleos reducidos a lo esencial, ausencia de árboles y casas en un amplio perímetro alrededor de las fortificaciones. El espacio extramuros, destinado a oponerse violentamente al volumen construido, coincide con al necesidad defensiva del aislamiento.
Nada se presenta tan interesante, desde nuestro punto de vista, como la sustitución y contaminación de la simbología pagana preexistente con la cristiana, y el proyectarse de la nueva estructura simbólica en el espacio idealmente percibido de la nueva ciudad.
Por esto la historia de la ciudad de Dios no está coordinada con al de la ciudad del hombre. Sólo Cristo tiene la tarea de llevar a término la historia. El hombre no es más que un peregrino, la ciudad un campamento, un tránsito.
Derivará, junto a la disminuida importancia de las formas, una desmaterialización de la arquitectura, su repliegue desde las formulaciones tipológicas al determinante social, es decir a la comunidad de los fieles y a la unidad familiar.
El nuevo espacio que se crea es espontáneo, contingente, interpolable, puede modificarse constantemente con el uso, aunque a largo plazo, y sobreponerse al tejido antiguo, a veces sin tener demasiado en cuenta los trazados y los edificios preexistentes o, de cualquier forma, atenuando a su regularidad. Todo esto no significa, sin embargo, que no se remita a la ciudad de hombre un esquema ideal de organización.
En la iconografía medieval, la representación de la ciudad se reduce muy a menudo a imagen de la catedral: a su vez, en el interior de la catedral, en los frescos medievales y tardo medievales la ciudad terrena, representada en formas ideales, está ilustrada como fondo de la historia sagrada y se transfigura en la Jerusalén o en la Betlehem bíblica. Por esta razón, en el centro de la ciudad la catedral contiene en su interior la imagen de la ciudad que la contiene.
La catedral es, por así decir, el elemento unificador del sistema. Un fenómeno de gran interés para la morfología de la ciudad medieval se realiza al concretarse, cristalizándose en estructura y organización, el sistema de las parroquias ciudadanas. Se definen entonces las jurisdicciones eclesiásticas, transportando al interior de los asentamientos un régimen ya en vigor en las aldeas rurales.
En el plano socio-cultural, la ceremonia procesional del Vía Crucis es el vínculo simbólico y generador espacial mas fuerte.
La ciudad medieval aparece bajo esta luz como un verdadero instrumento catártico.
En Roma, sobre todo, la metamorfosis es impresionante. A principios de la Edad Media la ciudad se disuelve y articula en una nueva estructura que en cierto modo, se superpone a la primera y la reabsorbe lentamente.
Se abandonan los grandes espacios públicos, los grandes vacíos se llenan de casas y barrancas. En la Edad Media, Roma ha transformado todo lo que el Imperio había construido. Ha transformado la mitad de los monumentos en tierra de pastos y viñedos, y la otra mitad en viviendas y fortalezas; ha llegado incluso a darle vuelta al Capitolio. La metamorfosis de la ciudad está hecha de selección, asociaciones insólitas, agotamiento de funciones y cambio de signos. En Roma, más que en otros sitios, la ciudad se hace peregrinaje, y el sentido del peregrinaje contribuye a cambiarla.
La imaginación popular ha ejercido, respecto de la ciudad, una influencia que va mas allá de la utilización en su más estricto sentido, llegando a dirigir las transformaciones urbanas.

Las elaboraciones del Humanismo y del Renacimiento

En la idea renacentista de ciudad, toda motivación de orden sagrado y religioso ha desaparecido, sustituida por una actitud científica llevada a menudo al límite de una racionalidad ahistórica. Por otra parte, en el período humanista, y en particular en el movimiento que se desarrolla alrededor de la Academia filosófica florentina, la especulación posee aún una fuerte huella religiosa. Con el humanismo, la teoría de las proyecciones y –según una idea vitrubiana- la relación entre la figura humana, el edificio y la ciudad, es elaborada en busca de la validez universal de la creación estética. Cuando la expectativa escatológica deja de estar basada en un único término, Dios entonces la realización vuelve de Dios al hombre y la confrontación realidad-idea afecta de nuevo a la realidad física de la historia y se coloca en términos dialécticos. Es en este momento que nace, en su más exacto significado histórico, la utopía de la ciudad y del Estado.
Hemos anticipado así algunos singulares contrastes y coincidencias del paso de la Edad Media al Humanismo y al Renacimiento.
Al fallar la concreción de un compromiso actual, le corresponde un repliegue del pensamiento hacia la construcción teórica de la sociedad-ciudad, en términos absolutamente racionales: la ciudad ideal de la política activa, podríamos decir, contra la forma utópica de la investigación teórica.
La ciudad ideal de los humanistas y de los políticos activos florentinos; está basada, en un agudísimo sentido de conciencia civil: es el redescubrimiento de la ciudad-Estado, que cultural y políticamente puede identificarse con el ideal de la polis griega.
A la sociedad hay que limpiarla de las incrustaciones medievales, de los restos de luchas, asedios, carestías, epidemias.
El palacio de los Señores y el Duomo se convierten, más que en símbolos, en expresiones tangibles de relaciones de poder. Florencia se convierte en la primera base de la ciudad ideal que formar.
La utopía es sin excepción esencialmente reaccionaria e intenta fijar a cierto nivel de inmovilidad una sociedad en declive o ya en disgregación, cuando sus miembros han perdido toda esperanza en un progreso ulterior.
Toynbee, al mismo tiempo que acepta el principio de una tensión hacia el equilibrio y la simetría, como caracteres del modelo que se propone, como ocurre en la gran mayoría de las utopías y de los proyectos de ciudades ideales hasta el tardo Renacimiento. Podremos, por lo tanto, hablar de un orden ideal por alcanzar, más que de la congelación de un orden que mantener. Hermann Weyl ha señalado que la forma perfecta, simétrica, no sólo es la forma que reposa sobre sí misma, sino que es también el medio más inmediato para formular una hipótesis segura, como ocurre, por ejemplo en el campo de la física. Rosenau, además de negar que las ciudades ideales reflejan arquetipos ambiguos, piensa que la connotación más importante que tienen en común es la convicción de una mejora.
Si casi todas las utopías expresadas en forma literaria incluyen una imagen de ciudad.
La utopía consiste en tratar los problemas psicológicos y sociales como problemas de arquitectura y de urbanística. Contrariamente a una tendencia que se desarrollará a partir de fines del XVII y alcanzará su apogeo en el XVIII y XIX y que estará dirigida hacia la idealización de una sociedad arcádica y primitiva, esta línea utópica está dominada por la idea de ciudad como símbolo de construcción consciente de la sociedad perfecta.
Uno de los puntos de partida de la utopía está en la reacción al desorden y a la irreductible problematicidad de la historia.
El sentido de la contaminación está íntimamente ligado al mundo real, frente al que la utopía pretende reaccionar: “Dejemos congestionado y sofocado el Estado, dejemos el mundo a la corrupción…” En esta reacción el artificio de la utopía está en una imagen de orden convalidada por su distancia a la historia.
Después de Utopía, las islas son un constante de la estructura de la utopía, ofrecen un ejemplo de campo aislado y se acercan, en esto, a un ambiente experimental protegido de influencias externas.
Cuando se habla de crecimiento, como en la obra de More, éste se resuelve mediante la colonización: la ciudad, en efecto, no debe contener más de 6000 familias y los hijos que exceden son alejados de allí.
La forma urbana de los tratadistas, de igual modo, es dada como forma perfecta y no como formación, es la consecución de la unidad ya realizada-razón diseñada-. Es sólo pura unidad, su verdad tiene una comprobación solamente geométrica: tiende al cristal y, al límite, al espacio vacío. Es por ello que, precisamente como los cristales, los esquemas de ciudades no tienen más que una posibilidad limitada en base a propiedades prefijadas.
En el tratado de Filarete, la planta de la ciudad es estelar, obtenida de dos cuadrados girados entre sí por su centro e inscritos en un círculo de base que constituye el foso externo. El programa provisional de la realización está expresado en cifras y tiempos, pero se trata de números-símbolo, usados en sentido pitagórico, cualitativamente, tomados de la astrología y de la tradición hermética, en la que también se basa la iconografía.
El renovado interés por Vitrubio puede definirse como descubrimiento sólo en función del uso que de él se hace.
Los resultados del multiforme trabajo de los tratadistas a propósito de la teoría vitrubiana de la ciudad, pasan a través del malentendido inicial del concepto de simetría, que de un valor bastante símil al de proportio, como lo entiende Vitrubio (coordinación mensurable de ciertos elementos respecto a la unidad fundamental de la composición) se cambia por el de especularidad de partes respecto a uno o más ejes centrales. La tendencia al reforzamiento de la centralidad se manifiesta tanto a través de la multiplicación de los ejes de simetría, por medio de formas ya no orientadas sino isomorfas, como a través del recurso a la forma circular.
Al no haber en Dios ni principio ni fin, era cosa conveniente que el cielo tuviese igualmente una forma sin principio ni fin, como es la forma circular.
Cattaneo desarrolla una serie teóricamente completa de modelos. Francesco de Giorgio tiene sobre el estudio alternativas distintas: conserva también, de la influencia radial inicial, el trazado polígono-estelar, para insertar trazados en retícula. Como variante experimental, el contenedor se adapta al contenido en una versión en cruz griega espigada con plaza central.
El pensamiento urbanístico del Renacimiento, utiliza el elementalismo geométrico de las ordenaciones planimétricas, no ya como afirmación primaria significante por sí misma, sino como simple soporte sobre el que insertar unas más densas problemáticas tipológicas.
Salen a la luz las premisas para una experimentalidad de nuevo tipo que guiará hacia el gradual abandono de esquematismo, ya sofocantes e inútiles.
El impulso a la unidad lleva a sugerir la ampliación tipológica de la unidad base desde la ciudad real (sociedad real) a la ciudad ideal (sociedad ideal) entera.
En la ciudad ideal laica, el control que se pretende aplicar a la forma urbana es exactamente, el tipo de control aplicable al monumento aislado.
Vitrubio: “La proporción y correspondencia sea tal que se hagan grandes edificios para grandes temas, y de los grande edificios sean sus miembros y sus partes grandes, porque la ciudad es una casa grandísima, así como puede decirse que la casa es una pequeña ciudad.”
Ciudad social y ciudad física son dos términos, aunque subentendidos, complementarios. Cada uno de ellos es, fin y medio del otro.
La ciudad es la imagen que mejor se presta a expresar, en términos concretos, el límite extremo al que puede ser impulsado el Ser Social Integral.
A finales del siglo XIV la sociedad que ha dado vida a aquellas formas está ya evolucionando. El sistema urbano sería capaz de hacer frente, sin descompensaciones, a la ordenación de la estructura social y productiva, a los nuevos descubrimientos técnicos.
Sobre la ciudad existente se ejerce entonces un intenso esfuerzo de interpretación crítica y experimentación. Brunelleschi es tal que provoca una ruptura con las formas del pasado. Tafuri ve en Brunelleschi “la primera vanguardia artística en sentido moderno”.
Alberti, advierte la constante exigencia de buscar apoyo y verificación histórica ya sea en los textos teóricos del pasado clásico, ya sea en las soluciones puestas en práctica por la tradición medieval. Alberti considera a la ciudad como una obra de arte completa, aunque de naturaleza compuesta.
La propuesta urbana de Brunelleschi queda circunscripta a una intervención por puntos y no pone en marcha una renovación total de la estructura. Y es precisamente la via media albertiana, la que asegura una transmisión de experiencias entre dos mundos en principio, incomunicables. Lo que a primera vista parece una contradicción teórica de Alberti-la colocación de la arquitectura y de la urbanística en planos distintos- nos advierte en cambio de la exclusión intencional de la posibilidad de pasar del edificio a la ciudad (y que por ello la metáfora de la Gran Casa sólo es alusiva y en cualquier modo no válida en sentido absoluto), y que prefiere dictar algunas reglas elásticas en que la dimensión y el papel de la ciudad sean importantes para definir las opciones del planificador. La mediación de tipo albertiano se demuestra sólo en las pequeñas ciudades y fracasa en las ciudades medianas y grandes. Las experiencias francesas volverán a llevar a una parcial unidad ambos planos teóricos.
En Italia, hay un intento inicial hacia la ciudad perfecta solicitado por el nuevo pensamiento humanista.
En Ferrara, se determina un amplio ámbito espacial adicional y se indican algunas directrices y puntos fijos; el resto se deja a determinaciones sucesivas.
El período que va desde principios del Renacimiento a principios del XVIII coincide con una sustancial pausa del crecimiento de la ciudad y se caracteriza, por el contrario, pro la concentración e institucionalización del poder ya sea en las formas del principado en Italia, ya sea en las formas de los Estados nacionales en Europa. Las ciudades se amplían, pero raramente se modifica –y sólo parcialmente- su estructura. La fundación de nuevas ciudades dependerá sobre todo de necesidades militares.
Con la revolución mercantil del naciente capitalismo cae la ciudad común como gasto necesario.
Las formas de la ciudad ideal han sido adquiridas muy pronto por las categorías sociales dominantes que, por otra parte, han generalizado su aplicación como producto de clase, es decir precisamente de forma circunscrita.
En las fortalezas militares, donde la exigencia de una función específica se combina perfectamente con la geometría de la ciudad ideal; o, en el caso límite, en una Versailles fragmento de utopía cortesana, subproducto tardío que se realiza aún con una artificiosa distribución de esfuerzos.
Al perfeccionarse la ciencia de la política, es teorizado como uno de los medios del poder, en cuyo ámbito se define su uso sin prejuicios por las imágenes y las convicciones populares.
No se altera el modelo global de la ciudad (la capital es una unidad formal y políticamente controlable), pero su estructura interna debe tener a una imagen simbólica del poder real y de la grandeza del Estado. Esto nos dará la razón del combinarse de dos dimensiones aparentemente contradictorias: el principio del poder, que se irradia y expande, y el control de la medida urbana.
Es de gran interés, por sus múltiples niveles de simbolismo, el proyecto para la place de France promovido por Enrique IV.
Además de Francia, el esquema de la ciudad del poder absoluto encuentra aplicación al menos como fragmento evocador, en Alemania y, con retraso, en Rusia: polos radiales, plazas simétricas, avenues –recortes espaciales vueltos a proponer en un número indefinido de parentescos como instrumentos alusivos a una superior unidad.
A idéntica lógica del poder están vinculadas las ideas sobre dimensión y crecimiento de las ciudades. Razones políticas y militares hacen necesario el control y la delimitación de las unidades urbanas.
El problema se capta episódicamente, porque el contraste entre sentido del límite y dinámica urbana sólo es más agudo en aquellas ciudades donde se manifiestan tendencias expansivas naturales que constituyen, como hemos dicho, más la excepción que la regla.
La resultante de este continuo conflicto entre unidad y dinamismo es la construcción de trazados de murallas cada vez más externos, con el corte de los tentáculos constituídos por los suburbios en continua formación.
En la práctica, el desarrollo urbano aborda, como en el período medieval mediante adiciones o ampliaciones sucesivas, a veces arquitectónicamente planificadas según una estructura preestablecida, a veces con el simple englobamiento o racionalización del tejido articulado de las expansiones suburbanas.
A menudo, como en Niza, las antiguas murallas se conservan durante tiempo en el interior, formando uno o más cordones urbanos, más o menos integrados con la trama constructiva de la que forman parte las torres de defensa.
La confluencia de las tensiones hacia la ciudad ideal en las ocasiones ofrecidas por la urbanística militar, donde la artificialidad de los asentamientos permite aplicaciones totales en la geometría de la forma, aunque unívocamente orientadas en premisas funcionales.
La arquitectura civil va acompañada de la arquitectura militar.
En la visión de los ingenieros militares del XVII y XVIII, las murallas han perdido todo significado ritual y simbólico y han quedado reducidas a simple máquina bélica.
En los planes de los colonizadores del Nuevo Mundo se debe ver una dimensión idealizante a dos niveles: la reconstrucción mimética del paisaje de la madre patrica y el impulso hacia la comunidad perfecta y/o la ciudad ideal.
Frente a un paisaje hostil y desconocido, la reproducción de la escena física europea constituye una importante defensa psicológica.
La colonización española se muestra en esta primera fase en un plano de superior organización cuantitativa y cualitativa, pudiendo contar al mismo tiempo con una estructura religiosa además de civil, estable.
Como subproducto de las teorías del Renacimiento sobre la ciudad, y en particular de la utopía, las elaboraciones escénicas tardo renacentistas y barrocas de la fiesta ciudadana, a las que hay que añadir la arquitectura del teatro y del jardín.
Uno de los términos de transición de la Edad Media al Renacimiento se puede identificar precisamente en el cambio de sentido del locus, como éste, de espacio simbólico en el que la historia tiene una dimensión mítica, adquiere los caracteres de un locus geométrico.
Posteriormente, también pintores y literatos de moda trabajarán en la decoración urbana. Se realiza también en este instante una conexión en el teatro áulico.
Las leyes absolutas elaboradas en el interior de los campos cerrados de la experimentación utópica hallan aplicación a nivel empírico, aunque a través de una componente de ficción.
Es el natural fin relativista de aquella operación albertiana por donde, como ha sido ya notado, habían sido introducidas aunque involuntariamente todas las premisas de la crisis de la arquitectura.

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